La vanidad del primogento es su hoguera, gran ceguera del Homo Sapien que no le permite comprender que su altiva vida es sólo un suspiro en los mares del tiempo, un bosteso cancino del creador, que sin afan catigador deja germinar estas insignificantes semillas en un páramo lejano de su creación para que como hierba sea regada por las inclementes lluvias, quemada por el incandescentes Sol, Sólos con nuestros fantasmas flotamos en un punto en la nada, y cabalgamos en autos de lujo y buscamos poder para que el incontrolable mañana arrebate de la billetera la lujuria de la opulencia, oxide los huesos y seque las carnes raídas por lo que llamos vida, ¿Cuál es el sentido entonces de tus sufrimientos? ¿Dónde esta la justificación de tus culpas? ¿Porque clamas a Dios para aliviar la angustia de existir?.
El breve instante que visitas esta tierra, no es la oportunidad para lamentar o llorar, no son tus lágrimas sino más que la rabieta de un niño mimado, que gime por el capricho del momento, tus dolores y alegrías son huellas en la arena que es borrada en instantes por las olas marinas, en cien años nadie recordara tu rostro y con algo de suerte, alguno de tus logros serán transmitidos a tu descendencia, por tanto no es el mañana la fuente que debe preocupar tu devenir, no es el miedo a los sucesos inciertos del futuro un motivo de preocupación, ni el pasado la instancia para culparse de errores, sólo es el presente el único momento, nada más existe, sólo es tu respiración y tu conciencia, planifica con desden por un mañana no nacido, rie de tus errores y torpes caidas, de tus fracasos y triunfos, pero no desestimes lo único valioso que pose es tu vida hoy, ya que la casa celeste del creador, es una mansión sin limites ni dimención en donde ocupamos un pequeñito espacio en este planta azul.
En esta época de descanso les regalo una de las palabras más simples y hermosas, que el Astrónomo CARL SEAGAN, escribio en una revista Norteamericana hace una decada:

La Tierra es una muy pequeña grada en un enorme estadio cósmico. Piensa en los ríos de sangre derramada por todos aquellos generales y emperadores, para que, en la gloria y el triunfo, ellos pudieran hacerse los maestros momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las crueldades infinitas vistas por los habitantes de una esquina de este ínfimo punto sobre los habitantes apenas distinguibles de alguna otra esquina, qué frecuentes sus malentendidos, cuán impacientemente están para matarse los unos a los otros, qué fervientes sus odios. Nuestras actitudes, nuestra inmodestia adquirida, la ilusión de que tenemos alguna posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.

Carl Sagan 1923-2007